JOSÉ LUIS CABRERA CHARBONIER, EL MÉDICO CANARIO QUE FIRMÓ EL ACTA DE LA INDEPENDENCIA.
JOSÉ LUIS CABRERA CHARBONIER, EL MÉDICO CANARIO QUE FIRMÓ EL ACTA DE INDEPENDENCIA DE VENEZUELA
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JOSÉ LUIS CABRERA CHARBONIER, EL MÉDICO CANARIO QUE FIRMÓ EL ACTA DE INDEPENDENCIA DE VENEZUELA
Por: Manuel Hernández González, Profesor de la Universidad de La Laguna.
José Luis Cabrera Charbonier nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de febrero de 1767. Fue apadrinado por el canónigo de la Catedral canariense José Ventura Reyes. Vivió con su madre, Magdalena Charbonier en Las Palmas, mientras que su padre, Francisco Hernández Cabrera, nacido en el barrio marinero de Triana el 31 de julio de 1733, diputado del común de su ciudad natal, se embarcó para Caracas, donde ejerció como mercader y tuvo también una bodega que administraba con su paisano el palmero José Pagues a partir las ganancias . Vinculado al tráfico canario-americano con anterioridad a su establecimiento definitivo en Caracas, fue en 1763 maestre del buque Santísimo Sacramento alias El Santiago, que viajó a Campeche desde Las Palmas y en 1761 fue capitán del Vencedor que lo hizo desde Santa Cruz da Tenerife a La Guaira. Sus abuelos por parte materna procedían de Francia y fallecieron en Las Palmas en 1759. Eran Juan Charbonier, natural de Cognac y Ana Teresa Marchand de Tolón. Su madre Magdalena había nacido en Las Palmas con anterioridad a su marido el 30 de octubre de 1727. Sus padres contrajeron nupcias en la parroquia del Sagrario de su ciudad natal el 28 de agosto de 1757. Sus relaciones familiares con personas del comercio canario-americano eran notables, pues su prima María Ana la Sala era sobrina carnal del Marqués del Buen Suceso, Bartolomé Naranjo, que adquirió su título por sus actividades en Venezuela y era primo hermano de Fernando Calimano, miembro de una familia de la burguesía mercantil grancanaria de origen genovés, dueña de navíos de ese tráfico. José Luis, tras haber sido familiar del obispo Herrera, emigró finalmente a Venezuela en 1785, pues firma sus informaciones de genere poco antes de embarcarse, el 15 de septiembre de ese año . Bebió, por tanto, en su formación de las fuentes ilustradas del seminario conciliar de Canarias, escuela que fue plataforma de introducción de tal ideología, no sólo en el clero, sino entre las capas altas y medias de la sociedad insular.
SUS ESTUDIOS SANITARIOS Y SU PARTICIPACIÓN EN LA REFORMA DE LA MEDICINA EN VENEZUELA
Al poco tiempo de arribar al país del Orinoco, el 18 de diciembre de ese año dio comienzo a sus estudios de medicina en la Universidad de Caracas, bajo la dirección del protomédico José Francisco Molina, originario de Puerto Cabello y de padre canario. Al fallecer éste, para proseguirlos, presentó certificación de los mismos, previa constancia jurada de los bachilleres Juan José de la Sierra y Tomás Martínez. Continuó su docencia a partir de septiembre de 1787 con el protomédico caraqueño Felipe Tamariz. Asistió con él a sus pacientes y a la enfermería del seminario de Santa Rosa de Lima. Obtuvo aval de tal labor el 19 de septiembre de 1788. Alcanzó el grado de bachiller en Artes el 3 de junio de 1788. Sus estudios clínicos los realizó con el galeno citado durante dos años, desde septiembre de 1788 hasta el 18 de diciembre de 1789. Celebró examen el 5 de junio de 1790 ante un jurado constituido por los doctores Felipe Tamariz, José Antonio Anzola y Vicente Fajardo y los bachilleres Tomás Martínez y Juan José de la Sierra. Obtuvo el grado de bachiller en medicina el 21 de ese mes. Finalmente inició los dos últimos años de estudios clínicos en los hospitales caraqueños de Nuestra Señora de la Caridad y militar hasta que el Protomedicato de la ciudad de Caracas le entregó el grado de licenciado de Medicina en 1792, quedando de esa forma autorizado para su ejercicio como facultativo . Se tituló bachiller en 1790, tras haber abonado el 27 de mayo 23 pesos en propinas. Lo solicitó el 19 de junio, tras haber presentado información de pasantía a Juan José de la Sierra con Francisco Molina y Felipe Tamariz. En su escrito informó que se hallaba dispuesto para marchar a México a la semana siguiente, del que no tenemos constancia que llegara a realizarlo, por lo que le era necesario llevar el título de bachiller “que tengo recibido en ella .
El 26 de abril de 1792 como profesor de la facultad de medicina de la Universidad de Caracas firmó con Felipe Tamariz un informe sanitario sobre la idoneidad de los terrenos de la Trinidad que estaban prevenidos por el Intendente Saavedra para fabricar en ellos los nuevos hospitales de la tropa y Caridad, los de la Candelaria propuestos por los facultativos Pedro Barceló y Juan La Combe o indicar otros más apropiados según su punto de vista. Estimaron que eran más a propósito delos de la Candelaria por la parte en que se hallaba situada la casa de la Misericordia “por su llanura y separación de los cerros que circunvalan la ciudad”, por lo que se encontraba “exento de nublados y humedades y por consiguiente es el más seco y acondicionado de ella, participa de la plausible ventilación del oriente o Petare”. En definitiva, era “el más sano de cuantos sitios quieran buscarse en este exterior”. Por el contrario, los de Trinidad y Real Amparo se hallaban a las faldas de los altos cerros de La Guaira y Ávila, “en donde de continuo se mantienen fijos unos nublados fríos y muy destemplados que ocasionan constipados y fluxiones catarriles de que frecuentemente son atacados e incomodados los habitantes de la ciudad”. El de Trinidad lo era especialmente “por estar expuesto a la abra de Catia, recibe de lleno su viento nocivo, de común sopla por las tardes”. En el espacio de los barrios de la Pastora y Trinidad, el aire se encontraba impregnado “de innumerables partículas salitrosas e impuras de los hálitos o evaporaciones de charcos y aguas detenidas” y “de la putrefacción de animales muertos en los montes y aún de los vegetales que se caen a impulso de los mismos vientos o de otras causas”, lo que era aún más grave si se tenía en cuenta que en sus inmediaciones debía construirse por real orden un cementerio .
Desde 1798 hasta 1800 fue médico del hospital de la Caridad. Desde allí pasó a la dirección del Militar, en donde en 1803 fue reemplazado por José Domingo Díaz. En 1804 fue encargado por el capitán general Guevara Vasconcelos para la redacción de un proyecto de fabricación de un hospital en La Guaira. Se consideraba más a propósito para la realización de las visitas de sanidad en ese puerto, por lo que recomendó que se encargase de ella “caso que habrá fijado su residencia en esta plaza, en la cual le proporcionase los demás auxilios y consideraciones que sean relativas al gobierno por lo satisfecho que estoy de su instrucción y talentos” . En su informe, fechado el 7 de septiembre de 1804, reconoció el carácter fatídico de las disenterías en los países cálidos y muy especialmente en los puertos. En ellos “el aire salitroso y lleno de muchas partículas podridas de las sustancias animales y vegetales que en él se corrompen, introduciéndose por medio de los alimentos en el estómago e intestinos, corroen más estas vísceras, aumentando en ellas la putrefacción que había principiado el fornes disentérico y por consiguiente sobreviniendo luego la gangrena se abrevia con celeridad la vida de estos infelices”. Cabrera participaba de las concepciones propias de su tiempo, como vimos con anterioridad, en las que se desconocía la bacteriología. Atribuye a la Guaira lógicamente un clima favorable por su “calor insoportable, el aire de tierra interceptado por la alta serranía, las malas, un aire grueso y salino”. Estimaba totalmente inapropiado su hospital militar, especialmente “la sala del sacramento, donde se destinan los disentéricos en este hospital, cargada del miasma.... con cloro de este inmundo achaque a pesar de los medios que poseen para purificarla”. Por ello entendía que su construcción sería más apropiada en un paraje con aire más fresco, puro y templado, “cargado de partículas vegetales y balsámicas”, por lo que propuso para ello la cumbre de la serranía en el camino de Caracas, “de donde suelen llevar varios disentéricos y han logrado allí su perfecto restablecimiento como también varios individuos del hospital militar” .
Libre de las influencias aristotélicas, escribió varias obras de investigación médica como la "Memoria de la historia de la Medicina hasta Paracelso",y "Observaciones sobre la epidemia del dengue en esta capital de 1828", "Conocimiento de las sanguijuelas" y “Discurso sobre la importancia del pulso en la apertura del tercer año de la sociedad médica de Caracas”, de la que fue presidente .
El Libertador por su decreto de 25 de julio de 1827 erigió la Facultad de Medicina de la Universidad de Caracas. Sustituía en sus funciones al extinto protomedicato y tenía jurisdicción en los departamentos de Venezuela, Maturín, Orinoco y Zulia. Casi un mes después, el 21 de julio, se erigió su tribunal y José Luis Cabrera fue su primer presidente. Tras dos años de dirección, en 1829 fue elegido consiliario del mismo. Simultáneamente se integró dentro de la sociedad médica de instrucción, de cuya junta directiva fue designado censor. En 1828 presentó en ella sus observaciones sobre la epidemia reinante, el ya referido estudio sobre el dengue y en 1829 su conocimiento de las sanguijuelas y su discurso sobre el pulso, con el que abrió el tercer año de esa entidad el 2 de noviembre de ese año . En este último sostenía que era muy ventajosa la posición del médico que “posee los significados de los movimientos del pulso; guiados por esta brújula podremos determinar con razón y no por capricho o casualidad cuando convenga la sangría o el purgante, los tónicos o diaforéticos”. Recomendaba el estudio de las obras en las que se encontraban las reglas para pulsar con provecho y poder conocer el carácter del pulso, ya que “sin ellas no hay arte esfigmo, y es casi una ceremonia instancial tocar el pulso a los enfermos” .
Sobre el dengue, describía su alcance, dadas las condiciones de insalubridad de su tiempo, como epidémico “por la universalidad con que ha dado a estos habitantes y la extensión del país que ha corrido, sin respetar sexo, edad, procedencia ni color”. Sobre su sintomatología sus rasgos eran una calentura ligera y durable, dolores reumáticos y erupción cutánea. Su duración era muy prolongada, ya que desde abril de 1928 hasta noviembre, fecha en la que efectuó su informe, continúa experimentando modificaciones según la diferente constitución atmosférica. Planteó que su naturaleza había sido benigna, pero que “sólo cuando ha coincidido con otro grave, ha tenido un éxito fatal”. Sobre sus causas, como los galenos de su tiempo, desconocía por completo su origen bacteriológico, ya que esta disciplina no se desarrolló hasta finales del siglo XIX. Se inscribe en la línea de análisis lógica de los facultativos ilustrados, que, como vimos en su análisis sobre los hospitales, las atribuyen “en la atmósfera, cuyas modificaciones han obrado sobre la cutis y los músculos, excitando más o menos el sistema vascular según las disposiciones y temperamento de los individuos”. Sostuvo que “nada se ha observado que indique el contagio, el orden de su comunicación está claramente explicado por las circunstancias de la localidad, vicisitudes de temperatura, etc. en que los enfermos se han hallado”. Sus remedios eran “los sudoríficos, los purgantes suaves, a veces los eméticos, yy en algunos casos de dolores fijos las sangrías locales por sanguijuelas o ventosas y los vejigatorios”, que han tenido éxito en su actuación. Sólo entendió que fue necesario el empleo de la sangría general en constituciones muy robustas y extranjeros de países fríos .
José Luis Cabrera falleció en Caracas a las 8 y 20 de la noche del 18 de septiembre de 1837 a los 71 años de edad. La Gaceta de Venezuela del 1 de octubre le tributó un homenaje en el que gloso la pérdida que representaba para las ciencias y la humanidad “el eminente profesor de medicina”, al que consideró revestido “de una exquisita sensibilidad y de cualidades de espíritu las más brillantes; de percepción clara, de imaginación viva y fecunda, de juicio recto y maduro”, pese a lo endeble y delicado de su salud. Como facultativo “concibió el proyecto de ir a solicitar en los países extranjeros las nociones que creía necesarias para transportarlas consigo y aclimatarlas con su práctica”. Tales empresas coronadas con éxito le constituyeron “en centro de recursos, de consultas y servicios”. Su labor en los tribunales médicos, en las comisiones de higiene pública fueron muy destacadas. Hasta el punto de establecer “la clínica civil y militar, siendo médico en jefe de los hospitales con prescripciones sencillas arregladas a indicaciones racionales”, hasta el punto de crear “digámolos así la medicina entre nosotros, dogmatizando sobre el empirismo y ciega rutina que reinaba, y cual otro Hipócrates, se rodeó de clientes entre quienes derramaba con afabilidad e interés la riqueza científica que era de su propiedad”. Reconoció su papel como presidente en los primeros pasos de la facultad de Medicina de Caracas, finalizando su loa con su consagración “al consuelo de la humanidad doliente cerca de la mitad de una centuria” .
José Luis Cabrera se casó con Josefa María Plaza, con la que tuvo varios hijos, entre ellos José Eduardo. Su éxito en su campo profesional le permitió invertir sus ahorros en una hacienda de cacao en Ocumare del Tuy, costa del mar abajo, denominada del Carmen y Virgen del Rosario, que adquirió el 18 de junio de 1793 por remate ante la Junta de Temporalidades. Pertenecía a los herederos de su suegro Mateo de la Plaza, la cual adquirió por 14.855 pesos. Estaba gravada con numerosos censos, mil del convento concepcionista, mil de la capellanía del presbítero Francisco Antonio Lázaro Landaeta, 1.500 de la del bachiller Francisco Rafael de Silva, 500 de la del presbítero Juan Bautista Machado, 350 del convento de San Francisco, 1200 de la de Domingo Ramos y 550 de varios tributos. Impuso otra escritura de 1.500, mil a la cofradía de Ánimas del Valle del Pao y 500 a la capellanía que sirvió Alberto Gómez. Los extensos gravámenes impuestos de índole religiosa eran una seria merma a su productividad y rentabilidad. La plantación constaba de 12.097 árboles de cacao. Los esclavos que poseía eran Sebastián de 34, María Isidra de 18, Catalina de año y medio, Alonso de 38, Paula de 35, María Josefa de 8 meses, Maximiniano Sebastián de 4, Juana Francisca de 6, Andrea Antonia de 11, Antonio del Rosario de 8, Ramón de 12, José de la Cruz de 36, Lucrecia de 30, Sebastián de 28, Ursula Teresa de 43, María Pascuala de 38, Sebastián de 17, José Benito de 10, Venancio de 15, María Merced de 17, Nicolás de año y medio, José María de 16, Pedro Santiago de 20, Pedro Nolasco de 38, Carlos José de 6 y José Leandro de 38 .
SU APOYO A LA CAUSA INDEPENDENTISTA Y SU EXILIO
Pero no sólo fue en la vertiente médica en la que destacó José Luis Cabrera, fue notable su protagonismo político en la época de las Guerras de Independencia. Desde muy joven se identificó desde muy joven con el republicanismo más radical. Así lo refrendó la necrológica citada que subrayó que ya “alimentaba en su pecho el fuego sagrado de la libertad, aun desde aquellos tiempos aciagos para los Guales y Españas, su inmensa reputación se impuso a los tiranos y le salvó entonces” . Se vio implicado en la conspiración de Gual y España de 1797 y representó a Guanarito en el primer congreso constituyente de Venezuela, firmando la declaración de independencia. Desde bien temprano formó parte de los sectores más radicales que abogaban por la secesión. Testimonio temprano de tales ideas lo encontramos en su actuación conflictiva ante la arribada a Caracas del nuevo prelado de la diócesis Narciso Coll y Prats, que había tomado posesión de su cargo y fue consagrado en Las Palmas de Gran Canaria, donde recibió el palio el 11 y 13 de junio de 1810. El 13, tras desembarcar en La Guaira, se enteró de la deposición del capitán general y de la toma del poder por la Junta Suprema, tuvo un incidente con el facultativo, que, como él mismo refirió, “se hallaba con la orden de exigirme todos los títulos, bulas y despachos que yo trajese para enviarlos en la misma noche para Caracas”. Le respondió el obispos que los tenía su paje y que se los entregaría a tiempo a la máxima autoridad militar y a la Audiencia, a lo que le replicó Cabrera “¡Qué Audiencia, capitán general ni Intendente!, no lo tenemos,, sino somos gobernados por una Junta Provincial”. A lo que Coll exclamo ¡Junta! ¿Con que autoridad y bajo que nombre?”. Le añadió que “De Fernando séptimo, para conservarle estos dominios, librándolos de toda invasión enemiga y subordinándose a la autoridad suprema que se erigiese en España después de la disolución de la Junta de Sevilla con el legítimo consentimiento de los dos hemisferios y representación del mismo señor Don Fernando séptimo” .
Desde los primeros momentos se involucró directamente en el proceso insurgente. Como la mayoría de sus paisanos tomó abierto partido por la Junta Suprema Se puede apreciar ese apoyo en la representación que firma, encabezando junto con otros 115 isleños avecindados en la Guaira. En ella se ofrecen a sacrificar "nuestros intereses y nuestras vidas en la justisima defensa de nuestra Santa Religión Católica y los derechos de nuestro muy amado Soberano Rey el Sr. Fernando VII y de la muy noble Patria de Venezuela". El propósito que les anima era justificar su instauración como "el más legítimo, equitativo y benéfico gobierno", que "nos defiende y ampara en segura paz y tranquilidad, libres de la opresión y violencia" .
José Luis Cabrera fue diputado por en el Constituyente por Guanarito y el único canario firmante del acta de la declaración de la independencia. Fue uno de los más fieles exponentes de la ideología liberal en el parlamento. Desde el primer momento fue elevado su protagonismo en las sesiones del Congreso. La disponibilidad de erario público fue uno de los temas más candentes en los que intervino. En la sesión de 2 de julio de 1811 precisó que se debía plantear con urgencia ya que era “la sangre del cuerpo político, sin él no hay defensa y esa es la que más necesitamos” . El 25 de octubre seguía insistiendo en la gravedad de la situación, ya que, de no tomarse ninguna providencia “para que se firmasen con la posible brevedad los billetes de papel moneda y empezasen a corer, quedaría inútil el proyecto por ser muy dilatada la operación” .
Fue precisamente uno de los partícipes del debate del 4 de julio de 1811 que culminó en la declaración de Independencia, de la que fue uno de los firmantes. Manifestó que la Europa antes de la Revolución Francesa había reconocido “estados independientes mucho más pingües que Venezuela, como eran las Repúblicas de Luca y San Marino”, por lo que “la diferencia de estabilidad debe estar a favor de la América, que no tiene aún los estados preponderantes, que puedan absorbes los pequeños que van a formarse, mientras se ligan entre sí los dos continentes, meridional y septentrional”. Acusó a la Regencia de conducirles a la ruptura, ya que “Fernando VII no debe imputarnos a nosotros esta resolución, la Regencia que lo representa es quien nos ha conducido a ella, bloqueándonos, atacándonos, amotinándonos y haciéndonos cuanta guerra está a su alcance. Cuando ella respetaba nuestro talismán, justo era que respetásemos el suyo; pero declarados insurgentes, tenemos que ser independientes para borrar esa nota. Ahora tendremos existencia propia, aunque no de grande estatura, y cesarán las maquinaciones y otros males fomentados por la ambigüedad, aprovechemos, pues, la ocasión que se nos presenta, antes que no podamos volver a conseguirla, y nos expongamos a la execración de nuestra posteridad; se acabó el tiempo de los cálculo y entró el de la actividad y energía; seamos, pues, independientes, pues queremos y debemos serlo" . Precisamente el día 5, día de su declaración, procedió a presentar “una ligera vista de los motivos por qué Venezuela había declarado su independencia” .
Se mostró partidario de no obstaculizar la salida de los disidentes, ya que subrayó que tales migraciones se verificaban “regularmente por un efecto de las preocupaciones. Por consiguiente esta misma razón debe obligarnos a conceder los pasaportes con mayor franqueza, pues sería cosa fuerte que unos Estados libres forzasen a hombres descontentos y los obligaran a quedar en su seno, cuando por este medio se libertaban de sus intrigas y maquinaciones. El perjuicio que a primera vista parece resultar contra la población, si se examina atentamente es quimérico y de ningún momento. El lugar de los que emigrasen sería reemplazado inmediatamente por otros muchos que vengan de Europa, Norte América y de todos los pueblos del mundo, en lo que perdemos unos hombres malvados y holgazanes, ganando, al mismo tiempo, artistas industriosos y gente útil” . Sus ideas profundamente democráticas le llevaron a oponerse con vehemencia el 2 de julio a la instauración del senado o tribunal de censura propuesto por Antonio Nicolás Briceño. Planteó que “en su concepto era inútil, perjudicial y extemporáneo semejante establecimiento, inclinándose tanto más a esta opinión cuanto que no lo había visto en ninguna de las constituciones de Norteamérica”. Reflejó al respecto que el reglamento ya “ha prevenido expresamente que los funcionarios del poder ejecutivo sean juzgados por una comisión compuesta de individuos del Congreso y del poder judiciario. Luego si delinquen éstos últimos no se presenta inconveniente para que también se residencien por una sesión del mismo Congreso”. Manifestó que, por el contrario, se presentarían infinitos obstáculos “con la censura que quiere establecerse”, ya que se preguntaba sobre los encargados de residenciar a los censores, “que no son ángeles, sino hombres, y que pueden errar del mismo modo que los otros. Sería por consiguiente un proceder al infinito cuando en mi dictamen todo está evitado con que se escojan hombres que merezcan la confianza pública para ejercer el poder judiciario y demás puestos principales de la República”
El 19 de agosto de 1811, ante la atmósfera de agitación reinante y los poderes excepcionales depositados en el gobierno, insistió en que tales poderes eran inviables si éste no disponía de fuerza necesaria para ponerlos en práctica. Subrayó que no sabía cuál era “la soberanía extraordinaria que se ha dado al poder ejecutivo; siempre fue de su resorte natural el uso de la fuerza y lo único que se ha dispensado son ciertos trámites en los juicios. Sus providencias han sido consecuentes con sus facultades, y cuando han tenido que asegurar y responder de la tranquilidad pública no ha podido hacerlo sin la fuerza necesaria; para esto habrá aumentado las tropas, como que sin ellas eran ilusorias las facultades que se le concedieron, y en esto no advierto yo el menor abuso” . Defendió en el parlamento la profundización en la revolución liberal, tratando de eliminar los privilegios nobiliarios. Reprochó en la sesión de 18 de noviembre de 1811 el uso del título de Castilla de Conde de la Granja "al señor Ascanio (proponiendo) que se aboliesen en los oficios estos títulos en Venezuela, independiente de Castilla, y todos los que no fuesen propios de un gobierno democrático" . Sus planteamientos, aunque apoyados suficientemente, quedaron diferidos para la Constitución
Ante la sublevación de Valencia, Cabrera fue partidario de tomar medidas radicales y gravar a esa ciudad con un gravamen que castigase su rebeldía. En la sesión de 5 de octubre de 1811 aseveró que había sido una grave equivocación “en llamar contribución a lo que no es propiamente más que una multa de guerra, en consecuencia del derecho de conquista, bajo el cual se halla Valencia. Léanse todas las gacetas de la Europa y se hallarían en ellas contribuciones de esta especie, impuestas por los generales franceses en los países conquistados. En circunstancias comunes sería una usurpación de la soberanía la exacción que se reclama, pero las de Valencia exigían que se indemnizasen de algún modo los perjuicios que nos ha causado. Si bajo este aspecto se cree injusta la multa o exacción impuesta a los criminales, no sé que sea más legítima la confiscación impuesta a los reos de conspiración del 11 de julio, mucho peor hubiera sido esta confiscación. Creo además que la decisión de este expediente toca al poder ejecutivo que envío al general Miranda, y de ningún moso al Congreso, porque nada hay en él de confederación” . Se mostró partidario de no actuar de igual forma que en los tiempos tranquilos. Sostuvo que “la pluralidad de los insurgentes da el tono y está claro que fue la de Valencia, aunque se expatriaron los más de los vecinos honrados”. Se mostró partidario de los poderes excepcionales depositados en Miranda, cuyas facultades expuso que eran “más amplias de lo que se cree”. En su concepto la labor de la sala de justicia no era sino para discernir “las cabezas y las contribuciones”, por corresponder su exacción al jefe militar, ya que “se atiende mucho al perjuicio que de ellas resultan aun particular y se desprecian los males generales de la insurrección”.
Se exilió a las islas del Caribe desde 1814, con el ascenso al poder de Monteverde. Rodríguez Rivero señaló su renombre fue grande en las islas donde se el Caribe donde se asentó, en las que ejerció la medicina, especialmente en Curaçao, donde trabajo. Expuso que allí “asistió al almirante Brion en la enfermedad que le llevó a la tumba el 27 de febrero de 1821 . Más crítico fue el testimonio de su colega José de la Cruz Limardo en sus Memorias, quien refirió que en Curaçao el holandés Mathey Ross requirió los servicios del canario, recién llegado de Los Cayos (Haití), para atender a su ama de llaves: “Yo presumí lo que sucedió. Vino Cabrera y la recetó vomitivo de ipecacuana. No contradije al profesor, a quien respetaba por mil títulos. Me contenté con llevar al Dr.Allen para persuadir a Mathey Ross del verdadero mérito y disuadirlo por lo menos del vomitivo. No pudimos logarlo, aun opinando la sangría indicada por la robustez de la negra y su comida nutritiva y uso de licores. Tomó el vomitivo y acabó fatalmente” . No pudo regresar hasta 1827 con la consolidación de la independencia.
Tuvo que emigrar cuando la contrarrevolución llegó a su apogeo y mantuvo siempre su apoyo a la independencia. El 30 de marzo de 1816 se le abrió en La Guaira una información sobre su conducta política. El comandante militar de la plaza Domingo María Bobadilla de orden del tribunal superior de secuestros. Pedro Vergara expuso que había emigrado a la entrada de las tropas realistas y que se refugió en Curaçao. Manifestó que había oído decir que “era un hombre enemigo acérrimo de los españoles y no le gustaba le hablasen del nombre español y sólo de Napoleón, de modo que demostraba gran incomodidad cuando se hablaba a favor de nuestro Rey y contra la perfidia de Napoleón”. Manuel Carmona refirió que respiraba odio a los españoles y sus mismos paisanos isleños con una adhesión decidida a favor de los rebeldes”. Sin embargo, las pesquisas quedaron ahí y fueron suspendidas el 12 de septiembre de ese año . No obstante sus propiedades quedaron incautadas y subastadas entre partidarios de la causa realista. Al regresar en primer lugar su hijo José Eduardo el 15 de septiembre de 1827 tomó posesión de su hacienda del Carmen. Ésta había sufrido una notable disminución de su valor, por lo que solicitó reducir los considerables censos con que estaba gravada, descenso que estaba plenamente justificado por la grave merma sufrida en la plantación. Con anterioridad estaba cotizada en 20.000 pesos y tenía una cosecha de 200 a 250 fanegas de cacao anuales. Pero por esas fechas sólo valía en total 7.608 pesos. Poseía 779 árboles de cacao evaluados en unos 3.155 pesos contaba con 77 árboles frutales .
Tras la victoria de la causa republicana regresó a Caracas, siendo su posición favorable a la ruptura de Venezuela con el proyecto unificador de la Gran Colombia. En el Congreso Constituyente de la República de Venezuela de 1830 resultó elegido diputado por Caracas. En él, apoyando la proposición de José María Vargas de separación de Venezuela de la Gran Colombia, la modificó el 10 de mayo con una clara arremetida contra el Libertador que Parra Pérez estimó “abominable”: “Que el enunciado pacto no pueda tener lugar mientras exista en el territorio colombiano Simón Bolívar”. Su propuesta quedó diferida, pero el 26 volvió a reiterarla y fue aprobada el 28. Su oposición al proyecto bolivariano era bien visible. Aprovechó la ocasión para señalar que “de este fárrago de comunicaciones que se han enviado, incoherentes y mal combinadas, sólo se puede inferir que los asuntos de Bogotá van caminando a una total disolución. En una de ellas se supone a Bolívar en Cartagena, cuando por otras noticias sabemos que está en Bogotá y la opinión general lo acredita”. Entendía que el Congreso no debía ocuparse de esos documentos dudosos, salvo que fuera para autorizar de nuevo al gobierno para que obrase “con toda la energía necesaria y según las circunstancias”
BIBLIOGRAFÍA:
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, MANUEL. Medicina e Ilustración en Canarias y Venezuela. Tenerife, Ediciones Idea, 2010.
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