Píloro, Apóstol de la humildad.


                                                            PILORO.

                                     APÓSTOL  DE  LA HUMILDAD.

Narro esta verídica historia que viví en los años 1943—44—45, en plena II Guerra Mundial, para esa época estudiaba la  primaria, tercer, cuarto y quinto grado, en la Escuela Padre Mendoza”, ubicada en la Calle Real de El Valle, para ese momento parroquia foránea de Caracas.

La Escuela Padre Mendoza era exclusiva para alumnos varones, la escuela para hembras  estaba situada a media cuadra antes y su epónimo: Elías Toro”.

El edificio escolar era una casona con un gran patio delantero, una sala de amplias dimensiones y varios cuartos grandes que correspondían a las aulas de clases.

Por qué fui a estudiar a El Valle, mi padre ejercía el cargo de Supervisor de Educación del Estado Carabobo con sede en la ciudad de Valencia. Mis hermanos mayores  terminaron el bachillerato en el Liceo “San José”  de Los Teques; lo dirigía con gran acierto  el  padre Ojeda. Ambos estudiarían Ingeniería Agronómica, Facultad  para entonces establecidas  en grandes  terrenos que hoy ocupa la Escuela Militar y esa gran avenida que se usa  únicamente para los desfiles del ejército el 5 de julio.

Desde que ingresé a la escuela conocí a un personaje de actitudes ejemplarizantes, tanto alumnos como maestros lo llamaban Píloro, él a su vez les decía a los alumnos “mi niño”, un vocablo muy utilizado en las Islas Canarias.

Por qué ese apodo de Píloro, nadie supo su nombre de pila, era un joven, delgado, fuerte, ágil que ejercía de portero en nuestro colegio. Vivía en la misma escuela en una pequeña habitación en el segundo patio de la casa, Píloro,  proviene  de una clase que la maestra de Biología, sin querer ayudó en ese sentido; cuando exponiendo la materia del Aparato Digestivo, dijo sus alumnos que el estómago lleno de alimentos se vaciaba en el duodeno, a través de un orifico llamado píloro, se comportaba dijo la maestra, como un portero que abría y cerraba la puerta; desde ese momento fue llamado cortésmente Píloro, era un hombre de gran nobleza, honesto y de una humildad franciscana, era analfabeto funcional, se dedicó voluntariamente a prestar apoyo a los niños escolares en todos sentido, los llevaba al sanitario, si un alumno se sentía mal el Director de la Escuela le pedía que lo llevara a su casa.

Píloro limpiaba  los salones, vaciaba las papeleras,  cuando las maestras le pedían tiza él les traía dos barras, o,  Píloro por favor tráeme el mapa de Venezuela,  lo colocaba en el salón,  el indicado  y  requerido por la normalista. Era Píloro un súper empleado, En una oportunidad, promovidos al cuarto grado, nos dijo: el Maestro de matemáticas, el Br. Gutiérrez, es muy severo y tienen que estudiar mucho sus matemáticas.. Tenía razón, el Br. Gutiérrez era un hombre joven, delgado, muy blanco que jamás sonreía; si lo hubiésemos vestido con el uniforme del ejército alemán tendríamos un S.S. nazi.

Píloro nos abría las puertas del colegio en algunos fines de semana para estudiar en sus pizarrones problemas de matemáticas. Nos cuidaba celosamente. No conocí alumno o maestro que presentó una queja a su trabajo. No tenía mujer, nunca habló de su familia, era su propio cocinero, se vanagloriaba diciendo que se bañaba  con agua fría, el colchón donde dormía estaba casi deshecho, no tenía piyamas, se arropaba con una sábana transparente y nunca se quejó por su situación y siempre amable,  risueño.

Hice amistad con dos condiscípulos que se sentaban  a mi lado durante las clases, Hernán que luego se graduó de Ingeniero y Roberto Abogado. Nos trasformamos en íntimos amigos y de Píloro. Hernán cometía leves travesuras en el aula, en una ocasión  me pidió mi saca puntas, se le cayó al piso, nuestros pupitres estaban colocados enfrente del escritorio de la maestra, era una mujer joven buena moza, vestía siempre de faldas, se sentaba  y recogía sus faldas hasta la rodillas y abría las piernas, Hernán tardaba en recoger el saca puntas,  me dice luego, suavemente: la maestra tiene pantaletas blancas, asómate y yo verifiqué su aseveración; se lo contamos a Píloro quien se asombró y nos dijo cuidado mis niños porque los pueden expulsar del colegio si  los descubren haciendo eso.

Para estudiar sexto grado de primaria, mi padre nos inscribió a todos mis hermanos menores en la Escuela Experimental América, situada en la esquina de mamey de  Caracas muy lejos de nuestro hábitat, El Valle.

Me alejé del Padre Mendoza, pero mis amigos Hernán y Roberto vivían cerca de mi casa, ellos terminaron la primaria en la escuela referida. Sabía constantemente de Píloro y a él en muchas oportunidades, lo encontré en las calles haciendo sus diligencias de trabajo. Estudié secundaria en el Liceo Andrés Bello, luego Medicina en la Universidad Central,  y mi familia se mudó a la Urbanización Los Chaguaramos. No supe más nada de Píloro, me gradué de Médico a los cinco meses de haber caído la dictadura de Pérez Jiménez, 1958.
Hice curso de Cirugía y me ofrecieron un cargo para Cirujano en el Hospital Periférico de Coche “Dr. Manrique Terrero”.

Mi guardia correspondía de lunes a viernes de 7 am a 1 pm.   Como de costumbre, entró a cumplir mi guardia un día cualquiera, con mi uniforme de trabajo, estetoscopio al cuello y una linterna pequeña en mi bolsillo. Observo congestionado el pasillo de emergencia, gritos de niñitos enfermos atemorizados, y cuatro camillas de adultos en fila, me dirijo lentamente al puesto de enfermeras a solicitar las historias de los pacientes adultos, de pronto oigo un grito entre cortado, apagado, pidiendo auxilio, oí “mi niño”, mi cerebro  captó el mensaje, al revisar la camilla me encuentro a Píloro,  tendido en esa camilla, con frío, atemorizado, adolorido, sin abrigo de cobija,  y me dice. Mi niño ayúdame, me cuanta que  desde anoche  está en esa situación por un dolor de “barriga”, no he podido dormir, estoy desesperado.
Me encargo de Píloro, mi amigo, le hago su historia, exámenes sanguíneos y le digo, Píloro, tienes una apendicitis aguda y te voy a operar.

Operé a Píloro, de una apendicitis aguda abscedada sin complicaciones. En la cama de hospitalización recomiendo a la enfermera jefe que dispense cuidado especial a mi familiar, que la estaré llamando a media noche para saber la evolución del operado. Me dice la enfermera, Dr. Viso, Usted me refiere  que el paciente  es familia suyo, pero no tiene apellido ni Viso ni Rodríguez, el paciente se llama Humberto Rojas, es verdad amiga,  pero es mi amigo del alma y quiero saber su evolución…!
Al día siguiente, al recibir mi guardia, subo antes a hospitalización a visitar a Humberto Rojas; lo encontré recuperado, sin pijamas, medias, no tenía cobija y pasaba frío. No tenía familiares  que lo ayudaran. Al salir del hospital a la 1 pm, llamé a mis amigos Hernán y Roberto, le compramos piyamas, medias, cobija buena y los llevé  a visitar a Píloro, lo mandé a vestir,  y el hombre nos abrazó a cada uno y lloró hasta conseguir consuelo.

A los 48 horas de operado,, con buen semblante y ánimo como siempre, lo levanté a caminar, yo fui su muleta derecha y la Jefa de enfermera la izquierda, esta muchacha, muy bonita casada, siempre tenía un olor exquisito por sus perfumes, tanto es así que cuando algunos médicos olían el perfume, decían por aquí pasó Clarisa.

Supe que Píloro tenía alquilada una pequeña habitación en casa de la Sra. María, ubicada en una vereda de  Coche. Hablamos los tres amigos  con la Sra., nos enseñó el cuarto alquilado, un catre, escasa vestimenta. Decidimos comprarle una cama cómoda, algo de ropa interior, camisas, pantalones, lo hicimos con fervor cristiano, como vestir a un santo.

Al día siguiente ya los muebles estaban instalados, fue cuando en el hospital le dije a Píloro, te puedes ir a tu casa: él se perturbó me dijo: mi niño,  como hago,  no tengo  manera de llegar, será caminado,  le  quité la ansiedad al amigo y le prometí, tranquilo yo te llevo en mi automóvil al terminar mi guardia, mostró su humildad, mi niño, por qué haces esto;  le respondí por orden del santísimo.

Píloro en su nueva habitación me confesó: primera vez que uso piyamas y cobija. A la Sra. María
: No le cobre nada a Píloro, nosotros pagamos todos sus gastos y adelantamos tres meses de pensión, 150 bolívares por cada mes.

Los tres amigos de primaria, teníamos un fuerte sentimiento de amistad y cariño por nuestro portero de antaño;  decidimos invitarlo a un  restaurant para almorzar con nosotros, nunca había entrado  a un restaurant. Compramos una medalla con cinta tricolor  y grabamos lo siguiente: Píloro el apóstol de la humildad.; al terminar el almuerzo nos paramos, palmoteamos para llamar la atención de los demás comensales  y condecoramos a una persona muy especial que jamás se quejó de su pobreza. Nos abrazó fuertemente a los tres y lloró de felicidad.

Lo llevamos a su casa,  Al año de esta maravillosa salida, la Sra. María me telefonea a las 5 a.m., a esa hora son malas noticias o emergencia quirúrgica, Doña María con voz muy consternada me dijo: Píloro ha muerto, como una vela se desgastó.  Enterramos al apreciado amigo, a su sepelio asistieron mucha gente conocida, sus niños ya adultos.
Al cumplir con el sagrado sacramento le comenté a Hernán y Roberto: “amigos todos los homenajes que merezcan las  personas hay que prodigárselos  en vivo, para que sepan lo mucho que los estimamos. 
Píloro descansa en paz. Nunca olvidemos  a  nuestros  amigos. 

Julián Viso Rodriguez.
Médico / Cirujano.


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